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¿De gustibus non est disputandum? Habacuc Guillermo Vargas vs Jiménez Deredia

In Arte y Política, Estética, Habacuc Guillermo Vargas, Jiménez Deredia, Natividad Canda, Xenofobia on marzo 21, 2010 at 12:31 PM

Ya lo sé: el criterio más extendido es que, en lo que al arte se refiere, nos adentramos en aguas algo nebulosas, propiamente en el ámbito de las opiniones de cada cual y del mero gusto subjetivo. Cada uno, así, piensa lo que quiere o cada cual tiene sus gustos, se dice. No en balde está aquel adagio según el cual de gustibus non est disputandum (sobre los gustos no se discute). Así que, supuestamente, deberíamos conceder que cada quien tiene el derecho de ponderar sobre lo que es o no arte o, mejor aún, lo deseable sería dejar de lado una discusión imposible de solventar.

Como me parece que esa ‘subjetivación’ del arte no tiene sustento, me gustaría hacer el ejercicio contrario. Voy a sostener, mediante el recurso a un ejemplo concreto (y que tiene que ver con la relación del arte con lo que dice políticamente), que es posible determinar que un individuo (el loado Jiménez Deredia) no es artista y que otro (el denostado Habacuc Guillermo Vargas) lo es. Claro que la contraposición de estas obras y de estas personas parece de entrada un motivo ineludible de controversia, pero pretendo mostrar que en lo que hace Habacuc hay algo provocador, interesante y con un sentido político preclaro, mientras que la obra de Jiménez Deredia resulta a lo sumo ‘edificante’, cuando no abiertamente acomodada, sosa y aburrida. Alguien dice algo y dice mucho, en tanto que otro no dice nada, o lo que dice tiene realmente poca importancia. Bueno, están claras, entonces, mis motivaciones argumentativas.

Sólo de entrada, este ejercicio contradice el criterio casi unánime (forjado, por cierto, en la opinión pública con bastante insistencia), según el cual Jiménez Deredia es un gran artista, el Leonardo Da Vinci de Costa Rica (además, con el acervo de una ‘exquisita’ formación italiana) y Habacuc Guillermo Vargas un cruel papanatas que busca figurar llamando la atención con cochinadas (¿Quién es este tipejo monstruoso que se rasura las cejas y que, sin exageraciones, está rodeado por un aura que lo hace semejante al bajista de Marilyn Manson?). La cuestión parece obvia: ¿Cómo es posible siquiera comparar a un escultor que esculpe figuras santas para el Vaticano con un individuo que amarra un perro, lo mata de hambre y pretende que tal acto sea concebido como una manifestación artística? ¡Es el colmo! Esto sí que debe ser ese postmodernismo nihilista de nuestros coetáneos jóvenes marihuanos, de que tanto se ha quejado el mismísimo Sumo Pontífice (lo más cercano a Dios que hay en esta tierra).

Jiménez Deredia es un santo, si por ello entendemos su cercanía con el Opus Dei y su vocación por esculpir figuras celestiales y bólidos cósmicos. Su obra, en fin, no es de este mundo, quiere ser trascendente en el sentido literal de la palabra: un mensaje de arcanos ángeles, un soplo de los misterios insondables de lo divino. Habacuc Guillermo Vargas es un ‘artistazo’ (según dicen por ahí), un juega de vivo, un oportunista y, tras de eso, un asesino de canes. Y, claro, todos amamos a los perros.

Yo no me lo invento. Jiménez Deredia es constantemente laureado en los medios de difusión masiva de Costa Rica. Es otro Franklin Chang, otra Silvia o Claudia Poll, otra  Selección de Fútbol de Costa Rica de Italia 90, otro Premio Nóbel de la Paz. Debemos estar orgullosos de ser costarricenses. Yo no envidio los goces de Europa, la grandeza que en ella se encierra, es mil veces más bella mi tierra… y sobre todo con esta calidad de costarricenses. ¡Para qué envidiar los goces de Europa si acá contamos con un Da Vinci herediano! Pero ¡qué orgullo! De sólo pensarlo me dan ganas de llorar y se me pone la piel de gallina. Sólo un estólido podría atreverse a criticar a semejante ‘pensador humanista’, tan reconocido por los europeos. ¿Quién se atreve, quién es tan envidioso y tan bajuno? Bueno, pero hay que reconocer que estoy haciendo el intento, en efecto, de planear bien bajo, a ras del suelo, tan abajo como lo humano y lo concreto: más acá del más allá, más cerca de las personas de verdad que de los ángeles del cielo.

El punto es el siguiente. Sobre el asunto que nos ocupa, podríamos partir del criterio ya esgrimido por Jacques Sagot en el artículo citado (y me disculpan la ‘pelota’ que le damos a este tipo, pero ¡es que es todo un genio!): “En la prestigiosa Bienal Centroamericana, un ‘artistazo’ de esos que se pasan la vida ‘rompiendo esquemas’ amarra a un perro a un poste y lo deja morir de hambre y de sed ante la mirada ora indignada, ora extática de los espectadores. La razón de este perverso proyecto estético consiste en asistir a la agonía y muerte del pobre animal. Supongo que la intención del insigne genio responsable de esta atrocidad no es otra que el de suscitar una reflexión trascendental sobre la decrepitud y muerte del ser humano. Lástima que, para mejor comunicar su mensaje, no se haya amarrado él mismo, dejándose morir entre convulsiones, para el arrobamiento estético de su público”. Nos quedamos atónitos (y no sólo por la recomendación explícita de que Habacuc se mate a sí mismo, que ya es bastante chocante): Jacques Sagot, quien viene acá a darnos pretendidamente una lección de estética, no comprende nada. Es que el asunto es mucho más complejo y mucho más interesante, porque Habacuc no nos viene a regalar esa “reflexión trascendental sobre la decrepitud y la muerte del ser humano” (a esas reflexiones dizque ‘trascendentales’, como veremos, es más dado el santo escultor herediano, de quien –suponemos– Sagot guarda deseos menos sangrientos).

Hay que hacer memoria para reconocer de qué va la instalación de Habacuc y su puesta en escena en la Bienal Centroamericana. Les voy a recordar el nombre de un nica desgraciado que es menos que un perro, para que refresquemos la memoria: Natividad Canda. La madrugada del 11 de noviembre de 2005, Canda fue desagarrado vivo por dos perros rottweiler que cuidaban una propiedad privada en la que ingresó. Canda murió ante la vista de funcionarios de la Cruz Roja y de la Fuerza Pública, que se limitaron a echarle aguita a los perros para que soltaran al pobre hombre que clamaba desesperado que le salvaran la vida. Uno diría que los oficiales estaban obligados a matar a esos perros con el fin de preservar la vida de Natividad Canda. Pero no lo hicieron… La historia subsiguiente es archiconocida. Se levantó un polvorín de controversia, algunos de nuestros ‘amables’ vecinos propusieron, haciendo gala de la xenofobia más extendida y común de los costarricenses, que los perros fuesen elevados al rango de símbolo patrio, y finalmente los oficiales fueron absueltos de toda responsabilidad.

Habacuc instala un perro en la Bienal Centroamericana en Nicaragua. La decrepitud del animal levanta las voces de cientos de miles de mojigatos moralistas que se rasgan las vestiduras por la vida inocente del animal. Pero lo que no entienden estos ‘defensores de la vida’ es que Habacuc les ha tomado el pelo. Porque un hecho queda demostrado: Su reacción es mil veces más grande por un perro que por un ser humano muerto en esas circunstancias atroces (además –y esto no es poca cosa– ese ser humano era un nica). Invito a los lectores a que busquen en Google y verán que no exagero. Hasta en medios estadounidenses llegó el nombre de Habacuc, en cuyo blog pueden leerse las demás entrevistas (de medios argentinos, españoles, noruegos, etc.). Habacuc convoca a la provocación, y cientos de miles acuden a probar su punto: dicen ser defensores de la vida, pero la vida, en el fondo, no les importa. Son los mismos que se explayan en sus buenos sentimientos y en los deseos que tienen de adoptar a un pobre niño haitiano después del terremoto de este año, pero que no mueven un dedo por adoptar a algún niño costarricense desamparado, que tantos hay (lo que pasa es que esos niños no salen en CNN, ni son tan lindos como esos negritos).

Así que llegó el momento de concluir: ¿cuál es, a contrapelo, el gesto artístico de Jiménez Deredia? ¿Cuál es, pues, su ‘mensaje’? Uno muy lindo, como le confiesa al periodista Camilo Rodríguez: “Con las esferas entendí la dimensión de mi espiritualidad y la espiritualidad de mi pueblo”. “Estaba tratando en entender mi propio inconsciente colectivo, y encontré en la esfera precolombina un mensaje de armonía”. “Mi objetivo es que se declare a las esferas precolombinas como patrimonio de la humanidad”.

Perdónenme, pero ¿a quién le importa todo esto? Respuesta: al propio Jiménez Deredia (¡a la busca de su inconsciente colectivo!) y a sus amigotes del poder.